<p>Pasa sonando una ambulancia e instantáneamente me visualizo dentro de ella. Mis afectos más íntimos me rodean y me envían sus fuerzas telepáticas, pero me miran como diciendo "Te estamos perdiendo". ¿[[Adónde vamos->Cande]]?, pregunto aún adormecido. Nadie quiere contestar, voy rumbo al hospital de los desamparados, de los incomprendidos. ¿Es una emergencia? ¡Sí, es urgente! Esto ocurre nada menos que cuando sos el último en darte cuenta de lo que te está pasando. Es como quedarte pelado o que te metan los cuernos: siempre sos el colgado, el último en asumirlo. Por ahora no vas a morir, pero de esta no vas a salir fácilmente. El [[hechizo mortal->Lu]] se está consumando.</p><p>La sombra inundaba su espacio, al igual que nuestro humor. Me miró y se paró fingiendo entusiasmo por las actividades que seguían. Caminamos hasta una calle interna del parque y después caminamos un poco más sobre esa calle, esquivando gente y bicicletas. En algún momento de toda esa caminata, llegamos al lago y nos sentamos a tomar unos tererés. Mirábamos los rascacielos que parecían más lejos de lo que realmente estaban detrás de esa gran masa de árboles que nos rodeaba.</p>\
<p>//I don't believe that anybody feels [[the way I do->Lu]]//. La canción de Oasis retumbaba en todo el espacio. Su tristeza me inundaba, la sentía en todo el cuerpo. Quería levantarme y gritarle, gritarle tan fuerte que la voz se me iba a perder con la segunda palabra que emitiera. Pero no me levanté, no grité. Desesperada, pensé ¿que tanto te deje caer?</p><p>Vomito palabras,</p>\
<p>Regurgito [[le-tra-por-le-tra->Martin]]</p>\
<p>Formando un paisaje incomprensible</p>\
<p>En mi cuaderno letrina.</p>
<p>Tengo espasmos que arrojan líneas,</p>\
<p>Círculos, sombras.</p>\
<p>Un ataque epiléptico de colores</p>\
<p>Sobre lienzos blancos.</p>
<p>Tejo incansablemente tapices</p>\
<p>Con las hebras de mis sueños</p>\
<p>Formando imágenes</p>\
<p>Que solo pueden sentirse.</p>
<p>[[Accedo a las voces del silencio->Cande 2]]</p>\
<p>Mi mano obedece los murmullos</p>\
<p>Que hablan desde algún lugar</p>\
<p>Una médium de mi interior?</p>\
<p>¿A quién escucho si no soy yo?</p><p>Las letras, redondeadas y blancas, transmitían algunos asomos de la textura cremosa que uno podía encontrarse si tenía la suerte dar con esta pieza tan única. No cremosa como lo era la comida, pero sin duda había algo de gustativo en la presentación, porque cuando repasé las letras y la foto de la planta de lavanda que había en el fondo, mi boca empezó a salivar, y me pareció sentir a mi estómago hacer ruido.</p>\
<p>Y cómo no iba a hacer ruido, si todavía me faltaba dedicarle un rato al relieve de las letras. El relieve era un tema aparte. Era curvo y estilizado como la caligrafía que habían elegido, ni muy pronunciado ni muy abrupto. Pasé el dedo por el envoltorio hasta llegar a la “L” de “Lavanda”, y me di cuenta de que podía saber sin mirar que estaba llegando a la “L”, porque la textura dejaba de pronto de ser áspera como la del papel y se volvía más deslizante, más delicada y contenedora. Pero ahí estaba la genialidad sobria detrás del diseño, porque por lo general uno tiende a asociar lo delicado y lo contenedor con lo cerrado, con lo interno. Esta “L”, en cambio, brotaba del envoltorio con toda su espontaneidad y su soltura, se volvía un relieve que salía del papel a buscarme, como si esa “L” quisiera abrazar mi pulgar y hundir mi yema con suavidad, como en un mimo íntimo. Eso era, un mimo íntimo. Tendría que recordar esa frase para anotarla en algún lado después. La crema y la lavanda hechas emociones, no olores, no sabores, no texturas.</p>\
<p>Tuve que sentarme en el suelo del baño; ya estaba temblando, y ni siquiera había llegado a la “[[a->Santi]]”.</p>
<p>Aunque casi siempre estábamos juntas, no nos habíamos aislado del resto. Desde un principio habíamos decidido hacer el viaje juntas. Dos amigas de diecisiete años viajando solas durante tres semanas. Sin padres. Sin el supuesto adulto responsable.</p>\
<p>Durante el viaje, las clases nos obligaron a compartir con un grupo de chicos extranjeros. Pero ella nunca sacaba temas, mientras que yo siempre entablaba alguna que otra conversación.</p>\
<p>Un día me sorprendió. La encontré riéndose con un par de chicas que habíamos conocido algunos días atrás. Me fui a jugar al voley con otro grupo pensando que si la dejaba sola se iba a soltar todavía mas. Pero cuando volví, la encontré sola, sentada en el mismo lugar con la mirada perdida. Me dolía verla así, era imposible no acordarme del día que nos conocimos. Una personalidad sociable, sincera, un poco tímida, típico de una chica de doce años que recién se cambia de colegio. Sin mencionar su aspecto, las cejas siempre prolijamente depiladas, las uñas cuadradas pintadas de algún color que iba con su tono de piel. Sus ojos marrones que siempre evidenciaban cuando desbordaba energía. Sin mencionar su nariz repignada y su pelo negro largo tan lacio que hacía que yo me muriera de la envidia.</p>\
<p>Me quedé mirándola desde atrás de un árbol, separadas por una mini cancha de béisbol. El verde inundaba todo el paisaje y, a pesar del día soleado, los recuerdos de la persona que ella había sido hacían que mi humor se ensombreciera cada vez más.</p>\
<p>Crucé esa mini cancha que nos separaba hasta la arbolada donde ella estaba [[sentada->Cande]].</p><p>Jamás me habría animado a decir que la perfumería de don Emilio era lo que era gracias a mí. Pero desde que él me había tomado como su aprendiz, el negocio iba mejor que nunca. Las señoras pasaban y se quedaban durante horas a probarse los perfumes y los jabones de la casa. Me preguntaban de dónde traíamos esas cosas tan ricas, qué ingredientes llevaban, en qué momento del día convenía usarlas. Yo les contestaba sin apuro algunas cosas, y me guardaba amablemente lo que no se podía decir. Ellas apreciaban mi prudencia profesional, así que en general no insistían más y se llevaban cualquier cantidad de plata en productos.</p>\
<p>Don Emilio no era tonto, se daba cuenta de mi dedicación, de cuánto aportaba a su negocio, de cómo parecía más compenetrado cada día. Así que, cuando cumplí seis meses en el trabajo, me dio un golpecito en la espalda y sacó de una cajita de porcelana una barra de jabón. “Te la ganaste”, me dijo, “seguí así, estoy orgulloso”.</p>\
<p>Ese mediodía, a la hora del almuerzo, me encerré con traba en el baño de la perfumería para que no me molestaran por un buen rato. Busqué en el bolsillo de mi abrigo y saqué el jabón. Era de olor a lavanda y textura cremosa, con un envoltorio de papel rosa claro, para que se lo asociara a la lavanda sin tener que leer nada. Los colores del envoltorio también eran [[muy claros->Santi]].</p>**<u>Eclipsados en un búnker 2.0</u>**
//Obra colectiva digital, producida en el marco del Taller de escritura experimental//
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//Candelaria Blanco
Martin Fogliati
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