El científico se encontraba en sus últimos días de vida. 76 años en este mundo lo habían desgastado. Su único objetivo estaba a punto de completarse.
Había dejado todo atrás. Su familia, sus amigos, todos. Desechó la idea de un futuro en el que no pudiera lograrlo. Y para eso, eliminó todo lo que potencialmente pudiera distraerlo. Se encerró en su laboratorio a los 40, y desde ese entonces jamás salió. Desapareció de la faz de la tierra por casi cuatro décadas.
Sus investigaciones en la síntesis de la conciencia humana habían, al fin, dado frutos. La transferencia de una conciencia, o mente, a un cuerpo mecánico era su sueño más profundo.
Terminó sus cálculos finales. Y procedió a admirarlos. Las complejas ecuaciones y fórmulas lo tenían ensimismado. La belleza de las soluciones lo habían logrado sacar, paradójicamente, del curso de la investigación. Volvió en sí. Era momento de probarlas.
Echó a andar las complicadas máquinas. Un zumbido eléctrico llenó la estancia. Procedió a introducir datos en la computadora. Trabajaba con frenesí. Estaba ansioso por acabar su proyecto.
Se dio cuenta que le faltaba lo más esencial, y lo más difícil de conseguir.
Una conciencia qué usar.
[[Podría usar la suya.]] Pero si fallaba algún detalle, por más mínimo que fuera, las probabilidades de realizar un segundo experimento serían pocas. Tenía que encontrar a [[alguien que estuviera dispuesto a arriesgarlo todo.]]
Se sorprendió a sí mismo meditando la posibilidad de hacer uso de su propio cerebro. Ponderó las probabilidades de fracaso y calculó los beneficios que traería consigo no tener un cuerpo físico.
Decidió que esa misma noche realizaría la hazaña.
Salió de su confinamiento. La luz casi lo ciega. El sol se alzaba en medio del cielo, anunciando la segunda mitad de su jornada. Recorrió lo que parecía un parque. No reconoció a nadie. Aunque llevaba viviendo por esa zona desde que era un niño, las personas le parecían extrañas. Recordó que llevaba mucho tiempo ausente, y lo comprendió.
Se sentó en un banquillo. Contempló el panorama. Había niños jugando en el césped. Madres que paseaban a sus bebés, y parejas paseando por el camino de piedras. Nunca se detuvo a pensar en lo que hubiera hecho con su vida en vez de haberse dedicado nada más a su ciencia.
Imaginó toda una vida. Imaginó lo que hubiera sido. Y se resignó, puesto que su voluntad no podría flaquear. No tan cerca de la meta. Estuvo horas en la misma posición. Él mismo creyó sentir que no se podría levantar, dado que sus piernas ya no eran lo que fueron alguna vez.
Pero lo hizo de cualquier forma.
Llegó al laboratorio cuando los últimos rayos de sol desaparecían en la noche. Las luces del laboratorio parecían sosas a comparación de la cálida luz solar.
Empezó realmente a considerar si todo lo que había hecho era un [[desperdicio.]]
O si debía [[continuar]] hasta el final, sin dudar.
Salió, con cierta dificultad, del recinto. El mundo era muy distinto al que había dejado 36 años atrás. Las personas le parecían extrañas y, de cierta forma, ajenas.
Optó por encontrar a una persona solitaria, que no tuviera mucho que perder. Así podría darlo todo, y no arrepentirse de nada. Si todo marchaba bien, puede que incluso la persona en cuestión pudiera beneficiarse el resto de su vida.
Apareció frente a él. La persona que sería la primera en dar el siguiente paso al futuro. Un muchacho joven. Parecía muy normal, sus características físicas no resaltaban, pero su retraimiento lo delataba. Iba solo, cabizbajo, manos en los bolsillos. Tenía la mirada perdida.
El científico se le acercó.
-Disculpe usted- Dijo mientras se aproximaba.
El joven ni se inmutó, siguió su camino.
- ¡Un momento por favor! – Exclamó quedándose sin aire.
El joven reaccionó. Se le quedó mirando.
-Escúcheme, por favor. Soy profesor de la universidad de por aquí. Estoy realizando ciertas investigaciones, y necesito sujetos de pruebas- Explicó. -Me sería de gran ayuda si usted pudiera ofrecerse. -
El joven siguió sin decir nada. Pero lentamente asintió.
-Sígame. – Y le indicó el camino de vuelta al [[laboratorio.]]
Al llegar, las máquinas estaban operando a todo su potencial. El zumbido había desaparecido, pero un olor a óxido había tomado posesión del lugar. El experimento estaba listo para realizarse.
-Colóquese aquí, por favor. - Indicó con un gesto de la mano. Se sorprendía de lo dócil que era el muchacho. No se esperaba que la gente joven de la época fuera tan cooperativa. En sus tiempos nadie hubiera querido acercársele. Pero quizá eso se debía a su no tan grácil rostro. Seguramente su vejez le había conferido cierta confianza.
La cámara donde se encontraba el joven parecía de aquellos viejos artilugios donde la gente de antes realizaba imágenes de resonancia magnética. Procedió a meter más datos en el computador, ahora tomando en cuenta las características del muchacho.
Se activó la cuenta regresiva. Los ojos del conejillo de indias seguían sin responder a nada. Las luces parpadearon y los sensores comenzaron a registrar información. El zumbido regresó. Todo trabajaba a la perfección.
Súbitamente, los ojos perdidos del muchacho recobraron sentido. Dándose cuenta de que estaba en una extraña máquina, a manos de un alterado hombre con bata.
Comenzó a gritar. El científico se percató, pero inexorablemente siguió con la proeza. Aquél ser humano sería el primer hombre cibernético.
La cuenta llegaba a cero. Por un fugaz momento, los ojos de ambos se encontraron. Y el científico dudó.
[[¿Debía parar el experimento, y echarlo todo a perder?]] Seguramente podría encontrar a alguien más. ¿Pero cuánto tiempo tardaría en hacerlo?
O debía continuar, y [[hacer caso omiso a las súplicas sin palabras del muchacho.]]
Las máquinas perpetuaron su acometido. Era demasiado tarde, nadie podía pararlas. Cuando el contador dio el último pitido, la luz del laboratorio se apagó.
De los aparatos comenzaron a salir chispas y pequeños rayos. Todo estaba ingeniado para que la corriente cruzara el cerebro del sujeto en cuestión. Y grabara la posición exacta de las partículas en el cerebro. Realizando una armado completo de la estructura interna.
Así, se construía un modelo neuronal virtual que emulaba todas las capacidades del individuo. Y se podía manipular a voluntad, inhibiendo las necesidades físicas.
La persona podía pertenecer al ciberespacio sin ningún problema. Al menos, esa era la teoría.
Los pequeños rayos de la corriente se transformaron en gigantescos arcos de electricidad. Ya ni siquiera pasaban por el cerebro. Se estaban desperdigando por todo el lugar.
El científico no entró en pánico, tenía los cálculos necesarios para mantener el sistema estable.
Contaba, y a la vez no, con que la persona sinterizada intentara escapar. En teoría, una vez que se comenzara a “leer” el cerebro, las neuronas morían por la descarga de corriente generada. Una lectura completa suponía [[la muerte física, y un nacimiento cibernético.]]
Las súplicas lo hicieron reaccionar. Apagó la máquina. Algo no marchaba bien. El joven había parecido dispuesto a cualquier cosa. Pero estaba intranquilo, acostado aún. No dice nada, pero en su cara se revelaba la sorpresa.
El científico le ayudó a pararse y lo guio a la salida. No esperaba un comportamiento así, pero sospechaba que cualquier persona reaccionaría de la misma forma si se le sometiera a la misma situación.
Ya no le quedaban opciones, tenía que encontrar a alguien que estuviera dispuesto a trascender como persona. Pero tantos años en la soledad lo habían apartado de potenciales sujetos de prueba.
No debía rendirse estando tan cerca de su objetivo. No había gastado años de su vida para que un simple obstáculo lo detuviera. Era imperativo lograr su acometido. Jamás se rendiría, pero sabía que su tiempo era muy limitado.
Necesitaba un [[sujeto de pruebas|Podría usar la suya.]], y rápido.
Dicho y hecho, el joven empezó a dejar de moverse. Sus acciones se tornaron espasmódicas. En la computadora empezó a surgir el mapeo de las billones de neuronas contenidas. Todas acomodadas a la perfección.
A medida que el experimento acababa, el científico se ponía más nervioso. El siguiente paso estaba fuera de su control. Las neuronas emuladas debían empezar y a evocar una conciencia. El siguiente paso más crucial de todos.
El cuerpo sin vida del muchacho dio por concluida la recopilación de datos. Todo lo que quedaba de su mente eran ceros y unos.
La pantalla no mostraba progresos. Las neuronas existían, pero no realizaban nada. No intercambiaban nada, no transmitían nada. La emoción inicial se disipó. La frustración estalló como una pequeña mecha en el científico.
Todo estaba previamente calculado y estudiado. ¿Qué había salido mal? A pesar de todos esos años en su autodenominada prisión, no había conseguido lograrlo.
Todas las memorias que pudo haber creado, todas las cosas que pudo haber vivido. Todas las cosas que pudo haber hecho, todas las personas que pudo haber amado. Se arremolinaban en su mente. ¿De verdad lo había dado todo a cambio de nada?
Sintió como su débil cuerpo no lo podía sostener.
Cayó al suelo.
Su vista se empezaba a nublar, lágrimas se asomaron por sus ojos.
No logró ver la pantalla, donde marcaba un éxito en la sintetización.
Fin
Abrumado por los recuerdos que nunca existieron, el científico se sentó en su escritorio. Allí en sus notas, siempre se había sentido en paz. Pero ahora, después de haber regresado unos momentos al exterior, siente desasosiego.
Nunca se dio la oportunidad de cambiar su vida. Aunque siempre se le dieron. Sus familiares siempre lo buscaron, ahora no sabe si quiera si alguno de ellos responderá si le llama. Sus primeros amigos, hicieron sus vidas y al no tener contacto con ellos, lo olvidaron. Sus colegas, aquellas personas con las que debatió y discutió de tan vil manera las ideas que darían vida a su investigación, debieron haberlo enterrado en sus recuerdos.
Se cuestiona si darle sentido a su vida y no vivirla del todo tiene sentido. Vivir para no haber vivido. Supone que haber vivido una vida relativamente plena les trae paz a muchos. Pero no puede negar que estar de ese lado de la línea nunca lo atrajo.
Al menos, no hasta ahora.
Tarde ya, se da cuenta que no le queda mucho tiempo. Desde hace años sabe que sus ciclos biológicos tienen niveles muy por debajo de lo óptimo. Pero nunca se había sentido tan débil.
Se dispone a introducirse en la cámara del experimento. Las máquinas estuvieron listas desde hace horas. Todos los sensores indican que las condiciones son las mejores para llevar a cabo el experimento.
Decide no hacerlo.
El peso de sus pensamientos le hizo mella. Apagando todos los sistemas, simplemente se recuesta.
Duerme unas horas.
Abrió la puerta del laboratorio justo cuando salía el sol.
No se molestó en cerrarla, ya que nunca regresaría.
Fin
Regresó con paso decidido al laboratorio. Revisó meticulosamente las especificaciones, introdujo matos e hizo los último cálculos mentales. Nada podía fallar.
Decidió escribir unas líneas sobre el experimento, en caso de algún error. Así, si alguien encontraba sus notas, podría realizar nuevamente el experimento. Después de meditarlo un poco, introdujo también su propia historia.
Escribió sus memorias, si es que tenía alguna relevante ajena al experimento. Y con eso, concluyó sus últimas palabras como persona física.
Si todo marchaba bien, podría compartir cualquier información con cualquier persona conectada a la red en cualquier lugar. No tendría límites. Aún no estaba seguro de lo que se suponía que debiera hacer una vez que fuera omnisciente. Ya lo decidiría más tarde.
El haz de hadrones comenzó el escaneo cerebral. Una vez que una partícula es “observada” cambia su forma de actuar. Por lo que cuando termina el proceso, la información original es destruida. No hay vuelta atrás.
El zumbido se hace más fuerte, y el haz empieza a emitir partículas.
Al llegar a la cabeza del científico. Este [[se queda quieto]]|[[inesperadamente se mueve.]]
En un momento de debilidad, el cansado hombre se apartó de la máquina.
Tan solo fue un momento. Pero tuvo mala fortuna de que el haz se moviera y se descentrara de su posición. El resultado fue catastrófico. La temperatura se elevó por un momento, friendo los circuitos de la máquina receptora en el proceso. Las chispas saltaron, y las luces tuvieron efectos estrambóticos.
Alarmado, se arrastró fuera de la cámara. Humo salía de los apagados rayos, el complejo experimental había quedado inservible. El trabajo manual de años se había perdido. Pero el teórico jamás se iría.
Una vez que se hubo calmado la situación analizó las probabilidades de lograr construir equipo del mismo calibre antes que su cuerpo no diera para más.
No lo alcanzaría a terminar.
Todo apuntaba a que no conseguiría lograr su tan preciado objetivo. Pero no se dio por vencido. Recordando los lugares que vio al momento de salir, se dispuso a encontrar un discípulo.
A alguien que lograra, lo que él ya no podía.
Dejó el laboratorio.
Fin
Las interacciones neuronales se ven afectadas en su totalidad. El cerebro del científico sufre una contradicción. Las partículas no leídas siguen estando en su superposición, mientras que las otras han sido privadas de la misma. Han sido forzadas a cambiar su estado. Esto provoca que las neuronas no compartan sus impulsos de manera correcta. Hay redes neuronales completas, y otras que empiezan a repetir sus instrucciones. Los receptores son bombardeados por partículas sueltas. Las órdenes de neuronas a otras se reescriben todo el tiempo.
Su mente entra en caos a medida que su cerebro sufre en estado de conmoción.
Deja de pensar, toda información se vuelve irrelevante a medida que deja ser sí mismo. Y empieza la subida a la computadora. El programa está diseñado para emular, de manera precisas, todas las partículas que conforman el sistema original. Además de servir de puente entre los impulsos análogos y las redes digitales.
Cuando acaba el proceso, el científico yace inerte en la cámara.
La computadora inicia el proceso de reconstrucción.
Lentamente el científico es reconstruido. Había “vuelto” a la vida. Al haberse preparado mentalmente para la transición. Su cerebro no parece sentirse especialmente desubicado.
El experimento resultó ser un éxito.
El último paso, es incorporarse a la red.
Después de intentarlo algunas veces, lo ha logrado.
Y desaparece en la infinita red del ciberespacio.
Fin